Una tenue luz solar entra a través de las almenas al salón principal de Minas Aerion, Mithraril, hijo de Tithraril pasa a través de ella caminando de punta a punta de la habitación como una bestia enjaulada, en parte es cierto, puesto que el grupo de dunlendinos que intentaron tomar un puesto fronterizo en el norte no era más que una avanzadilla de un verdadero ejército, sí, un ejército derrotado, pero un ejército al fin y al cabo. La tercera guerra del norte ha acabado, pero eso no significa que el rey brujo se dé por vencido. De vuelta a su cúbil, pretende hacer todo el daño posible a Arthedain y Minas Aerion no es una excepción: Un ejército de casi mil soldados entre orcos y humanos se dirige al castillo por el noroeste. El ejército de Arthedain está demasiado disperso y demasiado alejado de la frontera norte como para prestar ayuda útil a Minas Aerion. Al menos, dicen los exploradores, los saqueadores no tienen armas de asedio con las que entrar en el castillo y sus ingenieron parece ser que murieron hace mucho (junto con gran cantidad de orcos) en la batalla de Amon Sûl. Por otro lado, solo quedan los 50 guerreros y montaraces de Minas Aerion y 80 hombres de armas del pueblo con el mismo nombre.
Mithraril se sienta en su trono, mejor dicho se derrumba en él, agobiado por las circunstancias, en el salón están sus tres hijos y sus hombres de confianza: (vosotros); por último, un enano de Kuzuk-U-Ûdul, ex-miembro de la guardia personal del señor de la mina. El señor del castillo está abrigado con una manta, parece tener más frío que los demás, demasiado para un mes de abril, pero no engaña a nadie, la manta que le tapa las manos, no oculta un ligero temblor. Mithraril está temblando de miedo. En su larga vida como señor del castillo nunca ha tenido que enfrentarse a algo así; demasiado alejado de la guerra y demasiado tiempo ha pasado desde la última batalla en la que esgrimió el acero, ya no sabe como enfrentarse a la muerte. Cabe la posibilidad que intente salvar su vida y la de su mujer en la mina enana, o al menos eso querría, porque en el fondo de su mente sabe perfectamente que los enanos no cobijarán a un cobarde ¡y mucho menos a un cobarde que se esconde bajo las faldas de una elfa!
- Debemos hablar con los enanos - Por fin rompe el silencio- Nos deben ayudar -más parece una súplica que una orden- No podemos enfrentarnos solos contra ellos y tampoco podemos resguardarnos dentro de estas murallas, nos matarían de hambre, la única posibilidad es que los enanos nos cobijen bajo tierra.
Mithraril se rasca la barba, intranquilo, no le ha gustado el comentario, puede ser muy noble intentar defender a las mujeres y niños de su castillo, pero en la mina también vive más gente aparte de aguerridos soldados y si los humanos abandonan la lucha es posible que los orcos la busquen bajo tierra... Eso sin contar con lo que pueda opinar el señor de la mina acerca del honor de Mithraril.
Tras mostrar vuestras opiniones al respecto, las puertas se abren, es Nâridsul, vestido para la guerra, con una reluciente armadura y una espada de excelente manufactura élfica cuyo desafortunado nombre es "Herida de hombres" en referencia a los dunlendinos que azotan la zona pero que muchos dunedain se han tomado a mal. -Padre, dame a diez montaraces y los hostigaremos de camino aquí. Mithraril se levanta y se acerca a él, dándole unas palmadas en la cara de forma cariñosa, como diciéndole "buen intento", algunos en la sala hubiesen preferido darle la palmada un poco más fuerte y ya puestos con el puño cerrado. Sea como fuere, Nâridsul decide dirigirse hacia vosotros: - Compañeros... camaradas... Necesitamos estar más unidos que nunca, debemos luchar contra el enemigo, me ofrezco voluntario para luchar fuera de murallas para evitar que el enemigo nos asedie. ¿Quién se une a mí?